Ciruelo, el árbol aventurero
El árbol del ciruelo es delicado y poco previsible. Nos lo cuentan en Nalda, que este fin de semana celebra la llegada de la cosecha con su fiesta de la Ciruela Reina Claudia.
Dicen que es delicado, aventurero, poco previsible. Que casi nadie lo conoce de verdad, porque cuidarlo es ciertamente arriesgado. Hay un pueblo en el que, sin embargo, ha llegado a arraigar de verdad. El árbol del ciruelo ha encontrado su hogar en Nalda, la localidad riojana que le dedica tres fiestas al año. Este domingo tendrá lugar la segunda de ellas: la de la cosecha, organizada por la cooperativa local Frutos del Campo y la hiperactiva asociación local Panal.
Durante la Fiesta de la Ciruela Reina Claudia, la plaza de Nalda se convierte cada año en el mejor escenario para conocer la marca colectiva Ciruela de Nalda y Quel. En el mercado se vende la fruta recién cogida, y también se expone el paso a paso del secado tradicional en cañizos.
Según relata Ricardo Ruiz, uno de los fundadores de la marca colectiva, con el ciruelo uno nunca sabe cómo va a ser la cosecha. A eso se refiere cuando tilda al árbol de aventurero. El periodo de polinización es breve, hasta de solo 5 días si aprieta el calor a primeros de mayo. Abejas y abejorros apenas tienen tiempo para hacer su trabajo, y únicamente salen cuando el tiempo se define, según la precisión que le da a Ricardo su experiencia, exctamente como “fresquito moderado”. Si todo cultivo tiene algo de caprichoso, en el caso del ciruelo esto se lleva al extremo.
Sin embargo, ofrece por otro lado la certeza de que todo lo que el árbol da se puede aprovechar. Las ciruelas frescas son resistentes y aguantan bien manipulaciones y cámaras de frío, manteniendo su aspecto saludable. Y las menos perfectas, las más feas en fresco, dejan de serlo si son pasificadas. Hay que extenderlas en los cañizos (que se pueden disponer por capas con latas de conserva haciendo las veces de pilares separadores) y dejar que el sol y el aire las sequen. Girarlas a mano por donde verdean para dejar paso a los tonos marrones. El proceso es laborioso y no demasiado rentable, porque supone alrededor de un mes de trabajo y la pérdida de dos kilos de peso por cada tres kilos de ciruelas.
Pero se sigue haciendo, tanto en las cooperativas o asociaciones locales (como El Colletero) como en las casas. Porque el cultivo del ciruelo en La Rioja sigue siendo muy familiar. Ahí está, a la vez, su encanto y su perdición. Cada jubilación deja desatendidos unos cuantos ciruelos. Al ser tan delicados, si nadie los cuida en poco tiempo los árboles se pierden.
El proceso, no obstante, no es del todo irreversible ni el panorama tan desolador. Desde asociaciones como Panal o El Colletero, así como desde la marca colectiva, se trabaja concienzudamente para conseguir frenar este goteo y hacer de la ciruela, además de un producto exquisito, una forma de arraigo y de desarrollo rural. Por eso en Nalda, estos días, celebran la cosecha, y están deseando que todo el mundo se acerque al pueblo para contar su forma de vida y compartir lo que consideran su patrimonio colectivo. Temen un granizo, una aguada o una maduración excesiva de los frutos. Saben que el ciruelo es poco previsible. Pero pese al miedo, hacen del trabajo una fiesta, y de la ciruela, una bandera.
Fotografías: Rafael Lafuente VER GALERÍA COMPLETA DE IMÁGENES