
El 'supurao' de casa de los abuelos
Ojuel es un vino dulce y ecológico de la DOCa Rioja elaborado literalmente como se hacía antes. Miguel Martínez ha colgado ya los racimos de esta cosecha en el alto de la casa de su abuela, donde se pasificarán en los próximos meses.
Hablar de la tradición es uno de los recursos más utilizados por las bodegas para darse valor. Por eso, cuando Miguel Martínez te dice que su vino supurao (Ojuel) se hace como se hacía toda la vida, no te imaginas que la expresión es literalmente cierta.
Miguel elabora su vino, que es ecológico, en la casa de sus abuelos, en la calle Las eras de Sojuela. Es uno de esos caserones de agricultores, con una vivienda pequeña escondida entre patios, aperos, pajares y bajeras.
Desde un pequeño almacén donde guarda sus barricas se puede subir al alto de la casa, una habitación de paredes sin enyesar cuyo único acceso es una escalera de palo. Las tejas viejas y las ventanas de madera facilitan la ventilación, creando corrientes de aire naturales que hacen este espacio ideal para la pasificación de las uvas.
Del centro hacia afuera y de abajo arriba, Miguel ha ido llenando con 4000 kilos de uva las colgaderas (estructuras de madera a modo de tendedero) del alto, con algo de ayuda de su abuela Irene, que ve el proyecto de su nieto con una mezcla de orgullo y miedo, sin acabar de entender ese empeño por algo que da tantísimo trabajo.
Los racimos de tempranillo (tinto y blanco), garnacha y viura han sido tendidos uno a uno, después de traerlos del campo con extrema delicadeza. “Son como huevos, les preparo un nido de sarmientos que proteja los racimos durante el transporte”, cuenta Miguel, y en su tono se palpa el cariño que pone en cada paso que da. “Ahora las uvas están dormidas, hay que dejarlas secar hasta navidad por lo menos”. De cara a San Antón, los frutos ya pasificados serán descolgados y trujados, tras una segunda selección en la que se elimina la uva mal conservada.
“Para hacer el supurao, más que prensar lo que se hace es trujar”, explica Martínez, que después de varias pruebas ha optado por colocar en la prensa manual unos capachos de esparto como los que se utilizan para la obtención del aceite.
El mosto obtenido se deja fermentar en frío con parte de los hollejos, y al cabo de unos cincuenta días, después de varias trasiegas, se embotella. De los 4000 kilos de uva que colgó, no sacará ni mil litros de vino supurao.
La mayor parte acabará en algunos de los mejores restaurantes de la región, como el Echaurren o la Venta de Moncalvillo. Pero no todo será para el capricho de otros. Miguel guardará algunas botellas para dejarlas envejecer, también como se ha hecho siempre.
“Antes, según cuenta la gente mayor, cuando un agricultor tenía una hija guardaba el supurao de esa cosecha para abrirlo el día de su boda”, explica el joven, que espera llevarse una sorpresa agradable cuando, en un par de décadas, descorche esas botellas que conserva con ilusión en el viejo calao familiar, en el barrio de las bodegas de Sojuela.
Excavada en los años 30, la cueva fue ampliada en los 50 a golpe de pico por su abuelo y algunos vecinos dispuestos a echar una mano a cambio de un buen almuerzo o algo de vino. Ahora, el viejo calao guarda una nueva promesa. La de que todavía es posible hacer las cosas como se hacían antes.
